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El mundo no está tan mal

En mi cuadra, reconocida por tener vecinos muy poco solidarios, acabo de presenciar una escena que me enterneció, y me recordó que se puede tener fe en la humanidad. 

Un niño, de unos 12 años, llorando. Está perdido. Por la ropa que tiene puesta, se nota que viene de una familia humilde. Pero habla muy bien, un niño inteligente sin duda. Está angistiado.

Dos adolescentes del barrio, de esos por los que usualmente no doy un peso, le preguntan qué pasa. Él explica, estoy perdido, no se donde estoy. Los adolescentes le dicen, venga, tomese una gaseosa y se calma y nos cuenta. Yo estaba cerca, pendiente de si tenía que intervenir. Fuí también a la panadería a comprar algo y ver que pasaba.

Los adolescentes copraron una gaseosa, se la dieron al niño. El niño fue calmandose. Cuando pudo hablar, le preguntaron, bueno, pero donde vives. En un barrio lejisimos. Bueno, si, pero como se llama ese barrio. Se llama tal. Ah bueno, ¿y sabes más o menos la dirección? ¿Cómo se llega allá? Si tengo que coger un bus, que dice tal y ese me lleva. Los adolescentes compraron varias cosas, un pequeño mercado, y se lo dieron al niño en una bolsa. Luego caminaron con él, el bus se coge allí, lo llevaron le dieron para el bus y lo despidieron. El niño se fue con su bolsa, ya sabiendo donde estaba, tranquilo, y los adolescentes siguieron su camino.

Aveces se puede confiar en la bondad de los desconocidos, y los adolescentes no son siempre completamente inconcientes. Una pequeña anegdota que me mejoró  la tarde.

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