Dan en televisión paga una serie que se llama Scorpion. Un grupo de genios ayuda a una agencia del gobierno gringo a resolver casos de seguridad nacional. La serie es más bien mala, irreal, con personajes muy planos y monofacéticos. Y sin embargo, aveces la veo.
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Y la razón es más bien muy tonta, me identifico con el personaje principal, Walter. Se supone que es la persona más inteligente del mundo, con el IQ más alto jamás registrado, y es absolutamente incapaz de leer y menos de entender las emociones de otros, que considera absurdas, primitivas y bastante irracionales.
Debido a un tratamiento médico, cuyos detalles no vienen al caso, por un período de varios meses recibí altas dosis de hormonas. Y esos seis meses fueron difíciles pero bastante formativos. Era tal la cantidad de hormonas que me era imposible controlar las emociones más sencillas: lloraba de pronto por cualquier comentario, ataques de ira que en condiciones normales no habría nunca justificado, tristezas profundas sin razón aparente.
Ya llevo, afortunadamente, casi un año en la normalidad pero habiendo experimentado la imposibilidad de controlar emociones empiezo a entender el poder absoluto que las mismas tienen sobre las personas y cómo las llevan a actuar de forma completamente irracional sin que puedan controlarlo. Aunque parezca extraño, pasé más de 40 años sin entenderlo.
En mi defensa, creo que paso demasiado tiempo con mis amigos nerds hiperracionales y se me olvida que la mayoría de personas en el mundo no tienen ese perfil. Pero, con una aproximación muy nerd he empezado a leer con gran interés la literatura ochentera sobre inteligencia emocional.
He disfrutado mucho las explicaciones de biología, funcionamiento del cerebro y la ventaja evolutiva de tener emociones. Los efectos de los casos extremos de total carencia de emociones o de total incapacidad para refrenarlas. Y entre más aprendo, regreso a lo mismo. El mejor camino es el camino del medio. El equilibrio, que lleva todo sin extremos.
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